Caminábamos caminos de locura, unidos y apretados en silencio. Mas los años pasaron, sin apenas estridencias, dejando una estela de recuerdos. Y un día en silencio nos miramos y, de pronto, ya viejos nos vimos. Y la parca vino a visitarnos. Toda la vida pasé temiendo ese momento e, inexorablemente, se instaló en nuestra casa, misteriosa y mirando al suelo, sin descubrir su auténtico rostro.
Entonces no pude ni llorar. Todos decían que era muy fuerte. No era fuerza, era incredulidad. Ahora paseo por nuestra vivienda y pienso que estás en la cama durmiendo, pero enseguida caigo en la cuenta de que has muerto y rompo a llorar. Sí, ya consigo llorar. Cuando tuve la anterior depresión tú me animabas y estabas siempre pendiente de mí. Pero ahora solo Silencio y Soledad son los huéspedes de nuestra casa.
No hago otra cosa más que llorar y fumar como una posesa. Realmente, no me importa morirme por un cáncer. Si existe algo más allá de la muerte, me reencontraré contigo aunque sea en un estado diferente. Todos dicen que con el tiempo terminaré por aceptarlo. No creo. No se oye nada, es como si estuvieras durmiendo. Silencio, silencio, silencio.
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