—Cuando te das cuenta de que la verdadera batalla no está entre el "no lo hagas" y el "hazlo" que hay en tu cabeza, es cuando has empezado a sanar.
—¿Y ya está? —Chasqueo la lengua con disgusto—. ¿Ese es tu consejo de mierda? Enhorabuena, viejo. Tal vez fueras para filósofo y te quedaras a medio camino. —Le doy una palmadita en la espalda, una burla en toda regla, mientras sonrío sin rastro de humor—. No voy a hacerlo.
Miro el bote de pastillas que hay sobre la encimera, uno que he abierto casi sin darme cuenta.
—Eso no tienes que explicármelo a mí —me recuerda. Su voz es un arrullo para los sentidos.
Cuando se está dando la vuelta para marcharse, aprieto furioso el puño y le increpo:
—¿Por qué, eh? ¡Solo quería morir en paz! ¿Por qué no puedes dejarme hacer ni eso, viejo entrometido?
—Porque hace años me hubiera gustado que un viejo entrometido ayudara a encontrar su luz a mi hija. Por desgracia, yo no llegué a tiempo. Nadie lo hizo. Y ahora, ya es demasiado tarde…
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