Hay alguien que ríe desde el otro lado del espejo. Me cubro la cara con las manos mientras la carcajada se ahonda en el azogue.
El me espera cada día con su mirada perdida dentro del ayer y yo no sé jugar a ser otro.
Ensayaré la cordura un día más, antes de romperme y romperle en mil gritos.
No importa si los demás no le ven, si para verlo yo, tengo que dejar que me despedacen los sueños.
Los hombres si, si lloran, mientras escuchan las voces de humo, mientras le susurran al oído la nana del miedo.
Dormir, dormir, dormir para despertar masticando una tregua.
Sólo a veces me reconozco frente a un folio en blanco tachando los días en los que me llaman loco.
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