La calle Laureles está llena de vida, luces que chisporrotean, niños que corretean entre las piernas de sus padres y gente descansando en bancos municipales, junto a sus bolsas de compra, carritos de bebé o simplemente comiendo pipas cuyas cáscaras se mecen pendularmente hasta caer al suelo.
Almudena Velasco no recuerda la hora a la que salió de casa, ni siquiera sabe qué es lo que ha comido hace escasas tres horas. Le suenan las tripas, bebe un refresco porque aún recuerda que su padre se lo compraba cuando iban a la playa a hacer castillos de arena.
.- Papá, ¿dónde estás? – Dice mirando al frente.
Conchi, su amiga del alma, se sienta para acompañarla a diario, sabe que está y no está. Almudena, engalanada con sus mejores textiles, con mirada constante, desenfocada, sigue observando el horizonte. Todos los días se sienta en ese banco, aunque a horas diferentes.
.- ¿Quieres que te acompañe a casa, Almudena? – Pregunta Conchi, sabiendo de antemano la respuesta.
.- No, déjame un poco más, Papá. – Contesta desorientada.
Almudena Velasco, se levanta, camina diez metros, abre su bolso, saca una rosa y la coloca a los pies de "Evaristo Velasco – Escultor Honorífico de Pozoblanco 1984".
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