Podía distinguir que se acercaba el dolor como distinguía, lejanas en el tiempo, las carreras por el pasillo del hijo ausente. Lágrimas en vez de pasos le anunciaron su llegada.
Su mujer había madrugado para preparar el desayuno. Entró en la habitación con una sonrisa y le tendió los brazos.
Él correspondió a medias debido a los nervios, porque era su primera salida en serio desde el accidente de tráfico. Tuvo una horrible visión del mismo y se arrepintió de la incómoda costumbre de despertarse cada día.
Un mundo inadaptado a las necesidades de su corazón se abrió hostil al abandonar la casa, pero ella lo reconfortó con un beso.
Después, un estampido invisible activó la adrenalina y las calles sucumbieron al tráfago de seres desconocidos.
El frío le provocaba un alarmante dolor de manos, a pesar de los mitones técnicos que su ángel guardián le había regalado.
Una recta infinita lo acechaba. Tuvo fuerzas para elevar la mirada al cielo, convencido de que otros ojos más pequeños lo estaban observando.
Lágrimas diferentes a las de la mañana se manifestaron cuando la silla de ruedas rebasó la meta como un bólido.
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