martes, 14 de noviembre de 2023

Domingo, 6 y 16 a.m

Amanecía. Pero poco importaba ya. Una vez que logré sostenerme en pie sobre la cornisa, ya todo estaba hecho. Un paso al vacío bastaría. Apenas podía pensar.

—¿Te pasa algo, José?

La voz de mi vecino de piso era lo último que deseaba oír.

—No se meta —dije.

La palidez sudorosa del anciano se asomaba desde la ventana de su habitación, gemela y adyacente a la mía. Lo examiné por un instante, con el resto de cordura que me quedaba:

—¿Y usted está bien, don Andrés?

—Lo de siempre, hijo. Nada nuevo.

No me gustó su tono de voz. Como pude, y a punto de dar un traspié, logré atisbar el interior de su hogar. El típico desorden, aunque no el mismo de siempre.

—¿Por qué ese frasco en su mesa de noche? —pregunté.

Bajó la mirada. Una ráfaga fría me estremeció.

—¿Va a seguir, don Andrés? ¿Cuántos meses lleva con este juego? ¿No se cansa? A ver, apártese.

Con una maroma rápida me colé en su recámara.

—Usted no aprende —dije, ya más en mis cabales—. Qué vergüenza. Un hombre de su cultura.

Silencio largo.

—¿Podemos compartir un té caliente o tiene mucha prisa, José?

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