Hace años, en Turma, gobernó el rey Malkir. Era el más guapo de todo el reino, pero ocultaba un gran secreto: era calvo.
Malkir siempre llevaba una peluca de cabello castaño, liso y corto.
Un día, Malkir se enamoró de una paisana y se casaron. Seguro de sí mismo y en confianza con su amada, le confesó su gran complejo. Jimena convenció al rey para aceptarse y mostrarse ante su pueblo de manera real: sin pelo. Malkir, tremendamente enamorado, aceptó y convocó a todo el pueblo para mostrarse tal y como era. Al ver aquello, el reino entero no podía parar de reír.
Jimena, que se sentía infinitamente culpable, organizó otra reunión. En ella, Jimena contó la lucha que llevaba Malkir, lo difícil que había sido para él aceptarse y compartir con su reino, al que adoraba, esa verdad. Los habitantes se dieron cuenta que no importaba cómo fuese el rey, sino sus buenas acciones y para disculparse, al día siguiente, salieron a la calle con ropas ridículas y como norma, estaba prohibido reírse del otro.
El rey, asombrado por ese acto de valentía, decidió dejar esa fiesta para celebrar anualmente, donde se festejaba la belleza interior de cada uno.
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