Llegó el día. La noche anterior organizó cada uno de los detalles con sumo cuidado. Planificó cada minuto y cada segundo: de quién se despediría en cada momento y como sería el final. Lo había pensado muchas veces, pero, esta vez, estaba decidida. No podía más. Llevaba meses en que lo único que oía eran sus miedos. Sonó el despertador. Hoy sí. Se miró en el espejo. "Hasta aquí", era lo único que pasaba por su cabeza. Con todas sus fuerzas gritó y sin saber por qué empezó a sentirse mejor. Siguió voceando y sacando toda la rabia contenida. Después, vinieron las lágrimas. Y ahí, empapada en toda la mierda que se había creado durante años, se dio cuenta del daño que se había hecho. Se pidió perdón. Y decidió que era el final. Ese era el último día que pasaba luchando contra ella misma. Cogió el teléfono. Pidió ayuda. Tiempo después, reconoció su valentía. Aprendió a vivir: con tristeza, con alegría, con pena, con euforia, con miedo, con valor... Descubrió que podía perdonarse y controlar su mente. Legitimó sus emociones. Bendito último día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario