María Luisa era una mosca sin techo, pero su tripita estaba inflada como una palomita de maíz, su cuerpo le pedía parir y, apretando, apretando se alojó en una linda manzana y allí tuvo a dos delicadas mosquitas blancas, caucásicas y rollizas como toda su orgullosa estirpe.
Poco a poco, y sin motivo aparente, la henchida madre comprobó que, como en una nebulosa, una de sus bebés se iba tornando marrón, gris, negra, que le salían alas, que crecía más de la cuenta, que su carne rosada se había esfumado. Comprobó que se había convertido en una mariposa. En una mariposa negra. Miró a su alrededor por si encontraba a Kafka con su Metamorfosis o por si había una cámara oculta de algún programa animalista. Pero no.
Todas las mosquitas vecinas reían cuando se encontraban con la mariposita negra que, incapaz de ser feliz, no le veía sentido a su vida y quería volar tan lejos que el horizonte zigzagueara, pero su madre no la dejó caer, la crio con todo el amor del que fue capaz, aceptó su diferencia y fundó una asociación para animales transgéneros.
En un pestañeo le llovieron solicitudes de pescados, avestruces, primates…
No hay comentarios:
Publicar un comentario