Votaron el estómago, el ligamento anterolateral de la rodilla, las tres cabezas del hombro, el pulmón izquierdo, las cutículas de las uñas, el surco nasolabial y las cuerdas vocales. Algunos se mostraban reacios y otros no entendían qué estaban votando.
- ¿Qué ha pasado?- preguntó la vesícula al hígado-. Ayer no dormimos muy bien.
- El cerebro quiere que dentro de unos días nos suicidemos.
La bilis amarilla de aquella vesícula comenzó con su vaivén nervioso. Sin comprender, intentó proclamarse en desacuerdo:
-Perdón, pero a mí no se me ha informado nada.
Desde El Palacio del Peritoneo, el estómago tomó la palabra y trató de poner orden pero otra voz, estertórea y a la vez tensa, a la altura de la garganta, lo interrumpió: era el hueso hioides.
-A mí no me van a colgar ninguna soga al cuello. ¡Ninguna!
El cuerpo hizo silencio y solo se escuchó el murmullo de los pies que preguntaron:
-¿Las manos ya votaron?
En el Palacio de las Meninges, el cerebro permaneció en un sigilo lamentable.
Al pasar dos días, se contaron los votos: los tejidos habían votado "sí". Sí a la vida, aunque doliera, aunque mañana terminara el mundo.
El cuerpo había hablado.
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