lunes, 20 de noviembre de 2023

Pretérita

Me detengo en el presente. Al fin, presente. Ahora todo es quietud, cicatrices blancuzcas y tempestad contenida. La oigo lejos y sé, o intuyo, que no podrá hacerme daño desde tal distancia. Miro al canario, aún sin nombre, sin etiqueta, sin diagnóstico ni identidad, yendo de un lado a otro en su jaula. Compré la más grande que me permitieron estos metros cuadrados. Lleva conmigo tres días, canta con un volumen tan bajo que apenas alcanzo a escucharlo. Es tímido. Salta por toda la superficie que puede habitar, como yo.

Súbitamente, interrumpen su melodía mínima: por la ventana se cuela el grito de alguien. No sé si es risa tremenda o puro llanto. En todo caso, esa fricción en la garganta es quejido de cuerpo ante un exceso. Exceso de júbilo o de pena. Se me erizan los vellos del brazo al recordar mis pasadas abundancias. Me reconozco en la demasía que albergaba aquel grito. Yo: grito, redundante y pretérita. Busco entre las calles al culpable, si no víctima, de la tempestad que no se contuvo, de la herida sanguinolenta. Nada. No encuentro más que el sol escondiéndose entre los edificios. Tengo que tapar al canario.

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