Esa tarde, Ricardo salió muy abatido de la sesión de apoyo mutuo. Era la primera vez que contaba el suicidio de su hija. Tantas emociones encontradas, la mirada perdida y en la memoria constantemente la cara de su hija. Temblaba y estaba agotado, se sentó en un rincón de la acera, cerca de un parque. Así se quedó un par de horas. Hasta que la luz de una farola se encendió. Empezó a caminar hacía su casa, como los grabados nocturnos de Martin Lewis.
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