Estoy perdiendo la memoria. En casa me cuidan mucho, lo más doloroso es no recordar quienes son, con mi nieta no me sucede. La estoy esperando para ir a almorzar, dice que a mi lugar favorito.
Llegamos, me llaman por mi nombre y señalan mi mesa preferida. Traen la carta.
—¿Vas a pedir lo de siempre?
Como si yo recordara, ni tan siquiera sé qué lugar es este. Ya sirven una inmensa pizza. Un trío ameniza el almuerzo tocando bellas piezas, de vez en vez son llamados a complacer peticiones. Vienen hacia nosotros, saludan y me dedican una de mis favoritas según ellos: "Con su blanca palidez", conversan conmigo como si me conocieran de toda la vida. Debo haber sido habitual aquí. Me siento agasajado para mí es un "deyabu". De regreso a casa pasa fugaz por mi mente una foto en este mismo sitio, en una mesa mi esposa, una niña y yo, ¡Pero claro! esa es ella de pequeña, le pregunto:
— ¿Ese lugar es el Santiago Habana?
— ¡Si, abuelo!—salen lágrimas de sus ojos, me da mimos y abrazos. Ya de vuelta a casa medito "Hoy no podrá ser". Voy al cuarto de desahogo y quito la soga.
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