lunes, 13 de noviembre de 2023

Retrospectiva

Ya lo intenté una vez. Primero la frustración, luego la desilusión, la desesperanza y, finalmente, la depresión profunda. No tengo ganas de explicar todo el proceso; bastante tuve con vivirlo. Y con repetirlo incontables veces en las sesiones de terapia. Pero aquello no sirvió de nada. Me sondeaban en busca de una causa, me instaron a reflexionar sobre las consecuencias, e incluso me medicaron, pero mi mente destructiva era más fuerte. Además, a aquella gente no le importaba. Mis padres no me entendían, y los psicólogos sólo me escuchaban por un cheque al final de la sesión. Incluso mi tía, la creyente, insistía en que se me negaría el cielo, como si mi intención fuese llegar allí.

A pesar de todo, debo admitir que el último programa de prevención en el que participé sí me ayudó en algo. No tanto por la psicóloga, sino por mis compañeros. Puede sonar egoísta, pero ver el sufrimiento de manera colectiva alivió mi carga. Hubo incluso un compañero con el que congenié; hablábamos al salir de las sesiones, y su optimismo al creer que pronto nos curaríamos me atraía.

Si no hubiera tenido éxito en el segundo intento, quizás habríamos sido buenos amigos.

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