Cuando albergo ideas oscuras me pongo Palabras para Julia a todo volumen. Quiero que el mensaje penetre en los pasillos peligrosos de mi mente y los alumbre, que no deje que suenen otras voces, solo la de Goytisolo, la de Paco Ibáñez.
La profesora de Lengua nos puso esa canción un día casi negro de viento y de tormenta, como si pudiera adivinar que dentro de algunos de nosotros empezaban también a agitarse los meteoros adversos; como si hubiera visto desde su tarima las cicatrices de mis muñecas y, más allá, las de mi alma. La busqué luego en casa, la escuché y la leí decenas de veces y supe que yo era Julia; que aunque los consejos de mis padres, las orientaciones del psiquiatra o los abrazos de mi gente no siempre hubieran encontrado la manera de llegar hasta mí, el poeta sí lo había hecho. Ahora me sé la letra de memoria y si, al asomarme al balcón siento la llamada del vacío, un resorte de mi cerebro canta inmediatamente: "Nunca te entregues ni te apartes…nunca digas no puedo más y aquí me quedo."
Entonces vuelvo a cerrar las puertas de cristal y salgo de nuevo al camino.
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