jueves, 9 de noviembre de 2023

Anatolia

Abandoné a mi pobre madre enferma que dormía plácidamente al cuidado de mis hermanas menores.

No me volví prostituta en los bulevares del pueblo donde vivíamos porque soy fea de cara, de cuerpo extraño y de costumbres anticuadas.

Salí de casa cargando una valija con la ropa y otras pertenencias, y sin un céntimo en el bolsillo de la falda.

Y ante mí se mostró un largo y extraño camino de oro deslumbrante empujándome seguir a una nueva vida.

Ese día mis hermanas menores estaban en las rancherías alimentando jamelcos famélicos, y no se dieron por enterado que me había ido, sólo se percataron al anochecer que regresaron a casa mientras los perros en los patios ladraban sobre mi ausencia.

Mi madre les contó a mis hermanas menores que presentía que yo me había marchado para no volver jamás.

Ahora han pasado años, y no he sabido nada de ellas, quizás las devoró la pobreza, pero tengo la esperanza de que se encuentren bien, en todos los aspectos.

Tiempo ya que intento atravesar la divisoria línea fronteriza entre mi pasado y mi presente, imaginarios países de mi inexorable existencia, cuando por fin logre cruzar esta dolorosa línea, seré libre.

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