En un pequeño pueblo costero llamado Esperanza, un faro se alzaba majestuoso sobre los acantilados.
Era un faro no solo de guía para los barcos en la noche, sino también un faro de esperanza para las almas que luchaban contra la oscuridad en sus vidas.
Había una leyenda en el pueblo que decía que el faro tenía el poder de iluminar los corazones de aquellos que sentían que la vida ya no tenía sentido.
Un joven llamado Diego, abrumado por las sombras de la depresión, decidió comprobarlo por sí mismo.
Una noche, mientras miraba el faro desde la distancia,
Diego sintió un impulso y se dirigió hacia él. Subió los escalones, encontró la puerta abierta y ascendió a la cima.
Allí, la luz del faro lo envolvió como un cálido abrazo. En ese momento, sintió un rayo de esperanza que había estado ausente en su vida.
Diego regresó al pueblo con un corazón más ligero y comenzó a hablar con otras personas sobre su experiencia.
El faro se convirtió en un símbolo de apoyo y ayuda mutua.
Las personas se reunían allí, compartían sus cargas emocionales y encontraban consuelo.
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