Y con un torrente de preguntas desbordando su mente se quedó paralizado ante el precipicio que, abierto al espacio infinito, le invitaba al descanso. Con veinte años ya no le interesaba su pasado de dolor, oscuro y siniestro, plagado de desaires y aislamientos por su condición sexual, que con tanto celo había guardado; ni quería pensar en el futuro, escandalosamente incierto que tanto miedo le proporcionaba. Su única atención estaba ahora centrada en la balaustrada sobre la que se posaban sus pies que no respondían a los impulsos de las órdenes de su cerebro y se negaban a saltar al vacío y terminar. Expulsó un grito, un alarido descomunal por su garganta, que esparció su dolor por los tejados: "Pero… ¿por qué a mí?". Y lloró.
Al momento, unos brazos fuertes lo sujetaron en el instante crucial en el que, olvidando su esencia, saltó. Aquellos brazos lo contuvieron, lo retuvieron, lo abrazaron y, susurrando suavemente, le hicieron despertar, convencido, al amor.
Mientras, abajo, en la calle inmensa de la ciudad, miles de personas festejaban entre luces de colores, que pronto sería otra vez Navidad.
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