lunes, 20 de noviembre de 2023

Lunáticos

Vivíamos en una fábrica abandonada.
Cuando llovía, el sonido de las gotas chocando en los techos de chapa era tan atronador como agradable.
Un colchón en el suelo.
Nuestro hogar siempre olía a café recién hecho.
Unas cajas de madera como mobiliario y velas. Muchas velas. De vainilla.
Nunca habíamos sido tan felices.
Nos gustaba mirar la Luna por las noches. Ella siempre decía que, cuando fuéramos ancianos, viajaríamos hasta la Luna y viviríamos allí eternamente.
Nada podía con nuestro amor…
Hasta que algo pudo.
Esa sombra negra que se cernió sobre nosotros y se instaló en su cabeza.
Pasaban los días y la mujer que una vez conocí iba dejando de ser.
Las velas ya no alumbraban lo suficiente para contrarrestar la oscuridad que lo cubría todo.
El sonido de la lluvia en las chapas del tejado se volvió ensordecedor. Tanto que, una noche de tormenta, ella no pudo soportarlo y decidió irse.
De nuestra fábrica abandonada. De este mundo. De mi lado.
Sé dónde está y, cada vez que sale la Luna, la saludo y le susurro que pronto nos veremos, enciendo una vela de vainilla y preparo café mientras escucho el sonido de la lluvia.

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