La fragilidad de mi mente;
El ruido de fondo que no cesa, que no mengua, que no me da ni un maldito día de tregua.
El temblor de mis manos, presagio de la falta de raciocinio y de aire.
Una ansiedad que me absorbe, que me acecha, que me invade hasta el último de mis sentidos.
Una cadena infinita y pesada, cuán soga asfixiante y tersa.
Hasta aquí. No vivo para no vivir; no respiro para no respirar; no quiero para no quererme; no hablo para que me tiemble la voz ni escribo para que me tiemble el pulso.
No vas a ganar, sólo fue una mala batalla no el final de la guerra. Este campo maldito ha resurgido muchas veces de sus cenizas para florecer en primavera.
Mis pies descalzos ya han sentido el asfalto y no me da miedo caminar un poco más. Pienso llegar al precipicio y sin rozar el borde, arrojarte.
Llévate tu miedo, tus inseguridades, tus vacíos mortales, tus ataques nucleares. Llevo muchos años en batalla y no vas a venir tú a echarme un pulso.
Se acabó, ansiedad. Te desecho de mi vida y de mi cerebro. Que vuelva mi paz.
Adiós, sombra mía.
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