Esa terrible mañana, la más amarga e inesperada, sucedió lo que Lorisnight sospechaba. Todos salieron a la misma hora, su silencioso, rutinario y depresivo padre, le dijo adiós.También a la esposa e hija mayor.
Fue al banco y cobró su pensión. Regresó al apartamento como un autómata, algo que le pareció extraño a aquella ave encerrada en el lavadero. Él tenía que llegar a las 12 m, como siempre, no a las 10 am.
Atravesó la sala derrotado y a los 10 minutos, la desgarbada lora escuchó una explosión que le hizo estallar sus diminutos oídos. No volvió a salir de su cuarto.Ni almorzó. la hija lo encontró. Hubo confusión, llanto, visitas de la policía, sentidos de culpa. Al atardecer, Lorisnight sintió hambre, sed y frío.
En los siguientes días, faltaron las bolitas de masa, el agua y la manta para cubrir la jaula por las noches. La olvidaron sin querer. Ella se fue con él.
Con el alma quebrada, la familia difundió su historia y nunca más apresó a un pájaro.
"Los suicidios forman parte de una pandemia de la que nadie habla", reflexionó una de sus hijas días después.
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