La penúltima luz del crepúsculo dibujando un abrazo al fondo del acantilado. Un abrazo acolchado de sombras y silencio para dejar de sufrir sin necesidad de la tediosa medicación. Un abrazo que espera la caída del día y la precipitación definitiva del dolor. Un abrazo dulce y sin aristas.
Nadie me va a juzgar, nadie me observa. Triste noviembre, a solas con mis miedos ante un abismo de dudas. Ella me dijo que todo se iba a arreglar, que había que tirar para adelante. Qué fácil es hablar atrincherado tras una mesa, una bata blanca y una sonrisa terapéutica.
El penúltimo cigarrillo dibujando figuras de humo, como el aliento cálido de los eneros a la intemperie. Imágenes imaginarias para seguir pensando que la vida es ficción y la muerte sosiego. Apago la colilla contra una roca y me subo las solapas de la chaqueta. Hace frío.
Miro hacia abajo y recorro con los ojos la repetida secuencia de olas ametralladas contra la pared. La próxima será la mía…
Entonces recuerdo la penúltima noche de fuegos artificiales en este mismo escenario, abrazado a quien más me ha querido.
Doy media vuelta y me dispongo a recuperar sus huellas y sus besos.
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