Xenia había perdido la cabeza; empezó a balbucear como poseída por algún demonio. En ese intervalo, no existía nada que la distrajera; su concentración era intensa; sus pensamientos se revolcaban intentando resolver lo insoluble para devolver las ganas de vivir. ¿Qué más podía ella hacer por si misma?
Afanosamente, sus miradas rebuscaban en su habitación los símbolos de la razón para descubrir alguna motivación que le diera una pista para seguir con vida; y sin darse por vencida, recurrió a sus neuronas que las condujeron a viajar dentro de su cerebro en dirección a los gratos recuerdos; y las escenas felices llegaron hasta su mente desafiando los malos pensamientos de suicidio; a tal punto que encontró los valores para darse una oportunidad de vida. Y empujadas por las palpitaciones de su corazón que bombeaba un torrencial de sangre por las venas para mantener la respiración viva. Ella misma se permitió encontrar un punto a su equilibrio mental. Solo le valió descubrir el sentido de la vida. A partir de ahí, descubrió, lo que vale vivir. Xenia pensó, reflexionó y se valoró; y regresó a su lugar de origen; donde el amor a sí misma la esperaba con los brazos abiertos.
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