miércoles, 11 de mayo de 2022

Un vestido celeste

La última vez que la había visto lucía el mismo vestido celeste que hoy. Solamente recuerdo de aquel día su silencio. Las flores, que eran mías, las dejó caer sobre el césped, luego dio media vuelta y se marchó con pasos lentos, cabeza gacha y con su espalda un tanto arqueada. Tan terrenal, sin las alitas de ángel con las que la idealizaba en mis pensamientos, su espalda había sido lo último que había visto de ella.

Nunca pensé que me fuera a abandonar así, como si de pronto hubiese cerrado una persiana de hielo dejando mi corazón caliente del otro lado de su ventana, escapándose sin decir adiós. Aturdido y sin reacción quedé esperándola durante días, incluso semanas.

Comencé a desandar los caminos que juntos recorrimos tomados de la mano y así su recuerdo acompañaba a diario mi ilusión de encontrarla.

¿Cómo fue que pudo llegar a pensar que estaría mejor sin mí?, ¿qué hice mal para alejarla? ¿Y si le hubiese pedido a tiempo que no se marchara? Pero, ¿cómo saberlo? Tendría que haberla retenido en un abrazo o congelada en el reflejo de mis ojos… de nada valía entonces pensarla permanentemente o intentar acercarla con palabras soltadas al viento.

Tremendamente triste, así llegué a sentirme, pero toda esa inmensa tristeza no alcanzaba para llenar el vacío que dejó en mi corazón al emprender su huída. Despertar cada día era una invitación a pensar que quizá no sería un buen día para vivir. Mi mente era una enemiga silenciosa que cargaba los cartuchos de la angustia para disparar con ellos sin piedad sobre mi pecho.

Caminé en la hierba húmeda por mucho tiempo sin dejar huellas, siendo la nada misma transitando el mundo como un alma en pena que no encontraba consuelo.

Eso fue de mí hasta hace no mucho. De a poco comencé a dejarla ir, sin borrarla de mi mente porque no es posible, pero tratando de que no doliera tanto en el día a día del corazón. No fue fácil, no fue sino después de un tiempo largo en que la herida abierta comenzó por fin a cicatrizar entre mis emociones. Hasta que un buen día, al fin desperté pensando que podía ser un buen día para comenzar a dar vuelta la página de esta historia.

Y cuando por fin me siento entero, el destino caprichoso me pone una prueba y me la deja ver acercándose nuevamente hacia mí, con el mismo vestido celeste que la otra vez pero con otras flores. La dejo que se aproxime y aguardo en silencio. Nuevamente frente a mí, con su cabeza gacha y lágrimas que no logra disimular, la veo intentando decirme palabras que no encuentra. Solamente vuelve a dejarme flores y se aleja en silencio.

Quizás algún día tenga que aceptar lo que a mí me costó tanto tiempo, que su vida debe seguir adelante aunque de la mía solamente quede un recuerdo difícil de borrar y un epitafio que dice: "el amor no muere, te acompaña".

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