lunes, 23 de mayo de 2022

Roto

Empiezo a estar realmente cansado de que todo el mundo me pregunte qué tal estoy. Hace unos meses mi padre falleció de muerte súbita y los de mi alrededor me tratan como si fuese de cristal. Según esperan, debería romperme por dentro o incluso negar lo sucedido. Es curioso, pero los que mencionan las famosas "etapas del duelo" generalmente no han conocido a la muerte.

Y qué queréis que os diga, pero estoy bien. Triste, por supuesto, pero bien. De hecho, sólo lloré en el tanatorio. Cierto es que me he emocionado en algún momento recordando las anécdotas más divertidas de mi padre, pero no he derramado el mar de lágrimas que, según los demás, debería invadir mi cama por las noches. Y no lloro porque la sociedad haya inculcado que la figura del hombre debe mantenerse firme y hacer tripas corazón. Nada de eso. Simplemente me dedico a recordar a mi padre con una amplia sonrisa. Como la que él tenía.

Quisiera puntualizar que tampoco lloro porque no le quisiera, de hecho, mi padre era la persona que más quería -y quiero- en el mundo. Él fue quién me enseñó que para ser alguien en la vida, uno debe trabajar duro y no permitir que nadie nos arrebate la libertad ni la dignidad. Decía que esas dos cualidades eran nuestros bienes más preciados. Y cuánta razón tenía…

Como comentaba, mis allegados están esperando que me derrumbe, pero no entiendo por qué está tan estandarizado el modo en cómo debemos gestionar nuestras emociones.

Sin ir más lejos, la madre de mi futura mujer murió de cáncer hace siete años. Ella era muy joven cuando falleció su madre y el hecho que su padre las hubiese abandonado hacía tiempo, tampoco favorecía la situación. A día de hoy, no hay un par de días al año que no se quiebre por dentro. Así que cada uno tiene sus tiempos y gestiona el duelo como buenamente puede.

Recuerdo que el día que falleció mi padre, mi pareja me animó a que me dejara llevar. Si necesitaba llorar, que lo hiciera. Si necesitaba estar solo, que lo pidiese. Supongo que de algún modo he aprendido que no existen las famosas etapas del duelo. Y que está igual de bien llorar o no llorar. Con el tiempo he comprendido que no es algo matemático. Las lágrimas no son equivalentes al dolor.

Estoy cansado de los estándares y de que me digan cómo debería sentirme. ¿Acaso no llorar significa que no quería a mi padre lo suficiente? ¿Si no niego lo sucedido, si no me enfado, si no entro en depresión o monto un numerito, significa que soy un ser demasiado frío e incluso sin escrúpulos? Quizás el problema sea educacional...

Y yo me pregunto: Si nos enseñan a vivir, ¿por qué no nos enseñan a dejar ir?.

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