Nunca pensé que se me diera bien la pintura, Cora. Para mí es una sorpresa, y sobre todo una satisfacción cuando los martes y los jueves voy a las clases. La pintura al óleo me relaja, me distrae sentarme en mi banqueta y poner el lienzo sobre el caballete, y comenzar a esbozar un nuevo trabajo. Te estoy haciendo un retrato amor, sí como lo oyes, y ¿sabes qué?, me está ayudando nuestra Elenita. Pedí permiso para llevarla a las clases, no veas lo que se entretiene ayudándome, y no veas lo que a mí me ayuda que esté conmigo. Si vieras lo que ha crecido, lo mayor y formal que está dirías que te parece increíble, y lo madura que parece teniendo solo cinco años; se parece a ti, me lo dice todo el mundo. Aún no he conseguido que duerma sola en su cama, ya sé que a su edad debería, eso dicen mi madre y la tuya, pero es que en realidad no sé si quiero que lo haga, aunque no sea lo más conveniente para ella; me encanta abrazarla antes de que se quede dormida, y luego observarla cuando está relajada, con su respiración pausada y su carita tan feliz.
El cuadro que te estoy haciendo está quedando genial. Ojalá te lo pudiera enseñar; Sales preciosa con tu ropa de montañera, tus botas y tu mochila. Incluso he pintado el pañuelo de color carmesí que te gustaba tanto llevar en las excursiones. Apareces mirando al horizonte, distraída, ensimismada como te solías quedar cuando llegábamos a alguna cumbre o algún pico con vistas increíbles, como si fueras la reina de la montaña. Es inevitable que todavía tenga imágenes de aquel día, a veces intento que no aparezcan, intento no recordarlas, eliminarlas de mi memoria; pero no puedo, y tampoco creo que deba. Pero ya no me flagelo Cora, ya no me fustigo pensando que lo podría haber evitado, ya no me corroe el odio que sentía contra mí mismo por empeñarme en que nos hiciéramos una foto cerca del borde de aquel cortado tan espectacular. Me decías que no, que tuviéramos cuidado que te parecía peligroso, pero yo no lo veía, no lo intuía. No querrás saber lo estúpido e inútil que me he sentido desde entonces. Mi terapeuta Carlos, no sabía que más decirme en las sesiones que hemos hecho estos años para tratar este tema. Pero ya no Cora, ya se acabó. Y eso que aún me despierto alguna noche aullando mientras veo como caes hacia el abismo, mientras gritas al vacío sin que yo consiga agarrarte de la mano. Nuestra Elena me pregunta muchas veces si vas a volver algún día y yo ya me he acostumbrado a explicarle que no. Mi familia y mis amigos piensan que todavía es muy pequeña, pero yo prefiero decirle la verdad, sin titubeos, sin esconder lo que pasó. A lo mejor me equivoco Cora, no lo sé, pero ¿sabes qué?: he aprendido de nuevo a ser feliz.
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