miércoles, 25 de mayo de 2022

Diez minutos

Ausencia es duelo. Serenidad es resignación ante la ausencia. Tiempo a distancia con sentimiento, paz.

Un gran futuro, veinticinco años, sonrisa cautivadora. Un piano el vínculo. Como lazo íntimo una pieza, Preludio en Do menor de Rachmaninov, pleno de locura, rebosante de emociones contenidas, más intensas por no expresadas. Viste mis manos fluir sobre teclas, las tuyas enseñaste a volar en el marfil.

Una motocicleta, el motivo. Llorar, horas, por saber, vaticinar, ibas a morir. Cumpliste, como si fuera a nacer un ser, nueve meses después.

Meses sin practicar Rachmaninov, que no gustaba a tu entonces cuñada. Los errores, contados. Subir a dormir. Una hora después, el teléfono, la noticia. Nuestro padre, siempre flemático, inexpresivo, ahora voz quebrada, contó tu suerte. Esa moto, falleció tu hermano, hace una hora. Dolí. Rachmaninov nos enlazó una vez más.

Vivir en el exterior, por trabajo; regresar inmediatamente, avión del Procurador General de la

República. Tiempo, siempre traidor, ajustó. Nicho, última hilera superior, penúltimo a la esquina. Colocar la urna con cenizas, asumo las tuyas.

Madre, devastada, arrollada por la realidad. Una madre no debiera enterrar a sus hijos. Dolía, rodeada de dudas, ¿moto, qué?

Recorrer el accidente. 500 metros de recta, con camellón y jardín al interior, curva, aparecen quince metros de banqueta, la motocicleta raspa, no la deja intacta, un arbolito, pequeño, en la curva, tenía una rama, acostada, un tanto floja, perpendicular al tronco, paralela a la tierra, un casco, siempre fuiste previsor, desgaja la rama, craiack, estira la madera, crack, rama amputada, queda siete metros adelante, una moto volteada, un casco lacerado, un muchacho, veinticinco años por tierra, sangre que fluye, sesos que salen, fallecimiento instantáneo, se aparece la hoz y la mano huesuda que la maneja, estertores, vida que se resiste a huir, espasmos de despedida, más cerebro que sale a la luz, esos huesos de la mano se detienen sobre la rama a siete metros de su árbol, la acarician en agradecimiento por esta nueva flor, tiene paciencia, tiene tiempo a su favor, estremecimientos más, alientos de vida que se resisten a abandonarte, sangre que fluye, cerebro a la luz, un casco, que salvó a tu acompañante trasero en la moto, un mundo convulsionado. Sangre, sesos, pasto. Estertor.

Dolemos por ti, duelo por mí.

Madre pregunta. Respondo.
¿Tu hermano … moto … qué?
Instantáneo.
¿Instantáneo?
Después de la rama en su senda, tuvo diez minutos de convulsiones y espasmos.
Bien. Tuvo tiempo para arrepentirse.

Respiración que aligera el alma.

En un instante, todo se le tornó en existencia nueva. Todo le es un recuerdo, pasto, insectos, piano, ropa, dos botones, camisa, fotografías, paracaídas, casa de campo, viajes, vino, noche, moto, calle … futuro; la sonrisa en tu padre, la serenidad en su vida. Todo eres tú.

Yo, el mundo, nos preguntábamos por ti, lo sucedido. Nuestra madre atendió lo relevante, tu ser y tu alma.

Duelo, no se pierde, se vive. Resignación ante la ausencia, tiempo superviviente, con memorias y sentimiento. No es olvido, templanza es inicio de nueva vida. Paz.

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