Después de la tragedia, me la pasaba tiritando y tiritando, pero de calor, no de frío. Un calor que estremecía hasta las raíces de los árboles del jardín de nuestra casa y hacia danzar nuestras almas desnudas en las orillas de un abismo. A la mañana siguiente, abrí los ojos, y al no verte, volví a cerrarlos, ¡El mundo había perdido su encanto! Me perdí en una enredadera que se anidaba asustada en el fondo de una jaula. En medio del ensueño, iba en caída libre con la ilusión de caer en tus brazos, convirtiéndome en cenizas que se esparcían en un viejo muérdago. Mientras vagaba en el olvido, habitando en lo oscuro, seguía tus pasos como si fuese la sombra de tu sombra.
Un día cualquiera, decido seguir adelante, me propongo recordar que seguía vivo. Voy al parque de la esquina y veo otros ojos, otra boca, y mis manos temblaron como la primera vez. Vamos de nuevo, me repito. Vamos de nuevo.
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