lunes, 16 de mayo de 2022

Cursillo

En el colegio ya no saben qué inventarse para que los profesores permanezcamos más horas en el centro y la excusa de los cursillos de formación resulta una solución magnífica e inagotable. Hace tiempo nos preguntaban sobre los temas a tratar y nosotros entrábamos al trapo, proponíamos desde los más razonables aplicables a la docencia hasta los más peregrinos, inviables. Ahora ya no nos consultan, la directora se limita a comunicar fechas, lugar de realización y contenido. Obedecemos; si acaso los más atrevidos comentan, amparados por un secretismo a voces, la inconveniencia y la inoportunidad de sufrir una tarde más de tedio inútil. Esta semana se han extralimitado invitando a un psicólogo para hablarnos del duelo, dada la posibilidad de que algún alumno se enfrente con una pérdida familiar.

Qué me van a contar, a mí que luché durante meses con lo que supuestamente eran gases, hasta que a mi madre le hicieron el TAC. Durante ese tiempo, cuando me asaltaba la sospecha de algo peor que malas digestiones, entre dietas, remedios naturales y medicamentos específicos, espantaba los malos pensamientos negando la posibilidad de que se corroboraran. Hasta que el dolor dejó de dar treguas y las pruebas arrojaron el diagnóstico fatal. Entonces me revolvió la ira contra todo el sistema sanitario que había sido incapaz de prescribir esa prueba definitiva, sin reconocer que a mí tampoco me había parecido tan urgente. Quise entonces encontrar la solución, al menos un camino de esperanza y removí cuanto pude persiguiendo curas nuevas y clásicas que fueron fracasando una tras otra. Acabé en el pozo de la pena, incapaz de asumir que en poco tiempo no tendría a quién recurrir con un problema ni a quien dar explicaciones, porque mi madre fue siempre una mujer fuerte, dura, resolutiva y dominante, columna vertebral de la familia, que estaba dejando de serlo de día en día. No era capaz de imaginarme mi vida sin su apoyo, sin sus veredictos, sin su dictamen a seguir. La frustración y el desconcierto me sobrepasaron. Sobreviví porque aún en esos momentos surgían chispas de incredulidad y arrebatos de rebeldía que servían de adrenalina a mi postración.

El tiempo, el más eficaz de los lenitivos, me obligó a seguir amaneciendo, una y otra vez, a tomar las incontables decisiones diarias, incluso entre lágrimas, en resumen, a asumir la realidad de que con cada dosis de analgésico incapacitante que le suministraba la empujaba más lejos de mí pero como era la única forma de evitarle el sufrimiento, actué. Qué me van a enseñar hoy a mí, sentada en un pupitre, rodeada de los compañeros de claustro convertidos todos en dóciles borreguillos a la sombra del sueldo. A mí que, superado el duelo, ya sólo me ocupo de que el cuerpo que albergó a mi madre no sufra, mientras ruego la caridad divina de su apagado sereno e indoloro.

Vaya, quizá la tarde no se pierda, el ponente, además de apuesto, es elocuente y luce una sonrisa maravillosa.

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