Si tú, amigo lector, me preguntaras por mi experiencia personal con la depresión te respondería que es la carga más pesada y nociva con la que convivo.
Romantizar este tipo de enfermedades y adornarlo como si toda la parafernalia de Mr. Wonderful o similares de verdad fuese de ayuda, no es más que un insulto hacia esta enfermedad y a las personas que la padecen.
Con esto quiero decir que no me voy a andar con rodeos, ni intentaré pintarlo más bonito de lo que es. La realidad es que te sumes es una especie de gruta oscura, donde al principio cuentas con una linterna que te ayuda. Poco a poco, cuanto más te adentras, te vas percatando de cómo la luz que te mantiene un poco cuerdo empieza a parpadear sin que tú puedas impedirlo. Te quedas a ciegas, perdido y sin saber cómo volver al punto de partida.
Trasladado a la vida real, aseguro que es algo parecido. Un día te levantas sabiendo que algo no va del todo bien. Estás cansado física y mentalmente, pero aún así tu cerebro trabaja a una velocidad vertiginosa, planeando e imaginando situaciones escalofriantes. A veces, desconectas. Desconectas tanto que todo te da igual y ya no quieres salir de la cama ni para ducharte. Y duermes porque soñar es mucho más bonito que la vida y tu existencia en general. Estar desvelado no te agrada porque eso significa que vas a pensar de forma excesiva. Reflexionar no es bueno en estos casos.
Fantaseas, bailas y juegas con la Muerte. La rozas, agarras y la sueltas como si flirtearas con ella. Un tira y afloja, como un romance adolescente. Tan triste, vacía, fría y desalmada. Con un canto traicionero de sirena que te encandila peligrosamente al que acudes desesperado por reconfortarte, aunque sabes más que de sobra que ese sería el fin. La solución permanente a un problema que puede que sea pasajero.
Una mañana, te espabilas y te das cuenta de que la linterna vuelve a parpadear ligeramente. No te lo piensas mucho. Eso es mejor que nada y te aferras con dientes y uñas a la posibilidad de que tal vez, aunque a duras penas, puedes volver a casa.
Coges, te levantas, andas y aunque tienes a la Muerte sujetándote la mano y tirando de ti hacia el lado contrario, haces un último esfuerzo porque empiezas a ver un destello al final de esa aplastante oscuridad.
Cada persona tiene sus herramientas. El amor, la familia, amigos, los viajes, voluntariados, las mascotas... normalmente son decisiones radicales que nos obligan a salir de nuestra burbuja.
Y no es fácil. Piensas una y otra vez en tirar la toalla porque aún no ves del todo con claridad, pero nunca está de más recordar que para volver a recoger la toalla del suelo siempre, siempre, siempre tienes tiempo.
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