Qué triste saber qué Ana ya no está. Duele entender qué no estoy bien y más aún cuando me diagnostican mi enfermedad con tan solo trece años. El momento en el cuál comprendo por qué todos se burlaban de mis "amigas" o porqué nadie quería juntarse conmigo en el recreo. Qué triste saber qué esto me limita y me hace perder a los qué tengo alrededor. Sé que hay cosas irreales que solamente puedo ver yo aunque, a veces, necesito a esos seres que me transmiten luz y calma, me hacen ver que no estoy sola, que tengo a gente que me escucha y me comprende y eso me hace realmente feliz. ¡Qué sí! Lo sé. Sé que no están y que por centrarme en ellos, pierdo a los de verdad, a mi familia y, incluso, a mí misma.
Las alucinaciones o los brotes psicóticos provocaron más brechas en mi persona. Yo quería luchar y seguir adelante pero era difícil porqué muy pocas personas podían de verdad entender lo que tú propia mente pensaba mientras tus manos actuaban de forma completamente distinta a tus designios.
Me observaba las manos sin parar, estaban manchadas de sangre e intentaba rascar y rascar pero de nada servía. Cuando mamá me encontró en el suelo del salón, en silencio, fría y con la mirada perdida se percató que algo no iba bien. Ella no entendía nada y no la culpo por ello, era del todo normal porqué ni yo misma comprendía por qué motivo había decidido ponerle fin a la vida de mi perro, de Jack.
Solamente necesitaba a alguien que me salvara. Que me salvara de mi misma, de mi cabeza, de mí alrededor así que decidí saltar, volar y ser libre de una vez por fin. La medicación no hacía absolutamente nada por mí, en vez de notar mejoras, solamente empeoraba y lloraba porqué yo no quería ser así pero no podía cambiar, no podía hacer nada para dejar de ser así, para dejar de sufrir la esquizofrenia infantil que me diagnosticaron cuando, tan solo, era una niña.
Aquella niña siempre estuvo dentro de mí, Olivia. Me ayudó tanto como pudo siempre, incluso, el día que decidí morir. Salté del puente hacia el río para acabar con esta vida de dolor y penurias pero, por algun motivo, sobreviví. En medio del agua, encontré a Oli y me dijo que no era mi momento, que fuera feliz y que pidiera ayuda. Y así hice. Decidí ingresar en un centro de salud mental de adultos y allí, recuperé la esperanza en mí misma. Allí dentro había mucha gente que era feliz así que me propuse; ser feliz mientras hacia el bien por mí y por los demás.
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