viernes, 13 de mayo de 2022

Aferres

Abrió la puerta de la habitación, que era la 101 y estaba al final del pasillo del primer piso. Su padre solía estar parado frente a la ventana, mirando al parque extenso que rodeaba al geriátrico. Había muerto la semana pasada, una infección urinaria que no dio tregua. Al ver la escena, y la ausencia, Laura se enterneció y se mantuvo quieta, estupefacta o atónita ante la fugacidad de las cosas. Quiso por un momento aferrarse a algo, retener algo. Que no todo pasase rápidamente ante sus ojos, que no todo terminara o cambiara.

Al entrar se sentó en una mesita cuadrada que estaba en uno de los rincones de la habitación, que en vida de su padre había querido emular una sala de estar inexistente, como queriendo recrear su vida anterior, cuando estaba en su casa y no en un geriátrico. Tres años antes Laura lo había llevado allí, se le hacía imposible visitarlo o estar pendiente de él.

-Maldita muerte-pensó Laura y susurró esa frase en voz baja. Viendo ese paisaje otoñal por la ventana, Laura no pudo evitar pensar en la primavera, aunque faltaban más de cuatro meses para esa fecha. El calor, las flores, los días largos, los insectos y pájaros. El parque otra vez reverdeciente y lleno de vida, pero su padre ya no estaría allí para verlo. Los muertos habitan un lugar lejano y etéreo, y aunque no dejan de existir, ya no están pendiente de esas cosas. Nuevamente tuvo el instinto de aferrarse a algo, lo que sea, la mesita cuadrada, las cosas que su padre había dejado en el ropero. No podía.

Golpearon la puerta, que Laura había dejado entreabierta. Era una empleada del geriátrico, quería ver si necesitaba ayuda para empacar todo. Le agradeció su intención pero le dijo que no era necesario, ella sola podía guardar las cosas: ropa, algunos libros, fotos de su difunta madre, almanaques viejos.

Muy bien-dijo la empleada y se fue por donde había venido. Laura se sentó en la otrora cama del padre, sintió el colchón mullido y un dejo de su olor, del perfume que usaba, no sabía si era real o una sensación. Parecía haber rastros de él en ese lugar una semana después de su partida. Quiso permanecer allí indefinidamente, venciendo a la muerte. Era ese olor a lo que se aferraría por un rato mientras todo era arrasado a su alrededor. En la ventana se veían caer las hojas de los fresnos del parque.

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