jueves, 19 de mayo de 2022

Voces

La voz es siempre ingrata y siempre la misma. Fluctúa, se impone distante y foránea. Siempre vuelve a decir lo que ya sé. Subo al tren, me presento y digo, pero las palabras se detienen en mi boca, ya no las digo, vomito apenas un despojo de lo que deberían ser. Mordaz victoria del otro que habita en mi lengua.

— ¡Soy poeta!—quiero gritar pero digo otra cosa, que el pasajero entiende como peligro y se cambia de vagón.

—No vengo a hacerles daño—quiero decir y nuevamente la otra voz sale y hace lo que mejor sabe.

Me lanzan miradas lapidarias con la velocidad de un cascote y se me hunden en la frente.

—Negro, vago y puto— escucho decir, aunque probablemente solo callen.

—Enfermo, loco y mersa—vuelven a gritarme en la cara y en la espalda. Ya no sé si es la voz o lo otro. O quizás ninguna, pero las siento todas. Levanto un libro en el aire y finalmente digo:

—Solamente soy poeta–y callo de nuevo sobre la sombra y sobre la sangre, y sobre la voz que vuelve a ser ingrata.

Voy al furgón dónde el humo y los nombres parecen ser la misma cosa, donde me ven roto y me convidan vino, me ven pillo y me convidan porro. El furgón se llena de humo y de nombres que no recordaré, pero que me hacen sentir, al menos por ese infranqueable momento, que pertenezco a esa familia, dónde no soy peligroso ni un problema. Apenas un pibe con un porro y una mochila llena de libros

Una carcajada seca se me escapa entre Liniers y Ciudadela. Tomo vino y tiro mis pastillas por la ventana, ya no las necesito. Conozco gente con más mambos y menos tiempo, con más muertos sobre la espalda y tantas voces en la lengua, que la mía es apenas un juego en comparación.

Conozco a un morocho que toca la guitarra mientras me pide una seca, y un viejo que juega al truco con los pantalones llenos de cal. Una piba le da un trago al vino y canta una canción que me gusta, pero que no conozco. Un pibe que saca un cigarro de un morral, me convida y me pregunta si soy escritor. Le respondo que apenas, pero que me vivo mejor cuándo escribo que cuando no.

Muestro mis libros, los que escribí yo. Se los regalo a la gente del furgón. No a los caretas del vagón de al lado. Y me paro y me río y hablo y les leo. Y ya no soy un problema, ni un peligro ni invisible. Soy esto que se cierne en la penumbra de un tren que no merece silencio. Soy poeta, carajo soy poeta. Y la voz sobre mi lengua me escucha y ya no quiere hablar por mí.

Entonces el recorrido termina y todos bajan y me quedo solo. Y vuelvo a ser un nadie. Y los nadies, rara vez leen un poema en voz alta.

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