Era el chico de la parada. Le veíamos cada mañana camino del instituto. Enmarcado bajo la marquesina del autobús, como salido de una película inglesa. Medio pelirrojo, esbelto, con un abrigo de paño azul...extravagante.
Esas navidades le conocimos. Vimos entre el gentío su estela rojiza, se giró y nos reconocimos. Toda la noche hablando en grupo, risas. Nos pasamos las vacaciones juntos. Partidos de basket, bares bohemios antes invisibles para nosotras, música no convencional, paseos por la ciudad, partidas de ajedrez...
Al reanudar las clases Jorge desapareció, ingresado por un gripazo, dijeron sus amigos.
Cuando le volvimos a ver estaba más taciturno, más pálido, igual de guapo. Nos invitó a la presentación de un libro de poesía. Estaba embrujada, entrar en su mundo era un viaje a lo inalcanzable para una niña del barrio obrero. Allí fuimos, y yo, me quería morir, no porque no entendiera ni papa, sino por el dolor, la tristeza y la agonía que transmitía ese hombre. Con cada poema que leía, se sacaba un puñal del alma dejando heridas abiertas, se estaba desangrando. Parecía sumido en un pozo, sólo sujeto a este plano de la realidad por un hilo a punto de quebrarse.
No podía levantarme de la butaca, no podía saber si me había gustado o no.
Al salir Mariano Iñigo firmaba libros con el pulso bailongo por la medicación. Tenía permiso del psiquiátrico, veían con buenos ojos estas salidas para socializar.
Se saludaron con un abrazo sincero, de camaradas de guerra, sabiendo los dos, que no siempre saldrían ilesos.
Me pidió que me quedara. La primera vez solos. Notas de jazz, zumos de piña y manos juguetonas. Se disculpa por las palmas ásperas, la piel endurecida por una medicación, uno de los precios a pagar por estar cuerdo. Llevo su mano a mi mejilla y exploro sus grietas.
-Pero sabes, adoro mis mano, me permiten escribir y despellejar a mis demonios- sonríe a mis ojos.
-¿Puedo leer la dedicatoria que te ha hecho?, le pido con mimo, y me tiende su libro mientras me pide el mío.
Leemos en alto:
A Jota: eres demasiado sensible para este mundo, querido caballero sin armadura.
Para Susana: eres princesa, del terror de ser princesa.
Y así, desnudos, nos besamos por primera vez.
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