Pica, pica, pica el pájaro carpintero y el cerebro se perfora de a poco, se agrieta. Las "comadres del umbral" de Serrat, -una expresión para hacer analogías que Lucía se había apropiado- sí, las comadres del umbral también eran pájaros carpinteros con sus murmullos y sus miradas. Pican, pican y el cerebro se "apichona"; el alma también. Lucía, no salía de ese laberinto que traen las partidas. Y si de partidas se hablaba, ella contaba con dos: la de su madre después de un largo sufrimiento físico, que la había dejado de nuevo frente a la retirada voluntaria del padre de sus hijos hacia otra mujer, que no había registrado tan intensa, como ahora, que se sentía huérfana a pesar de su edad. Huérfana de madre, huérfana de marido que estaba vivo. Le había preguntado a un profesional de la salud por qué los castigados, las víctimas de violencia psicológica tenían que estar eternizándose en un consultorio mientras que los primos hermanos de los pájaros carpinteros, -como ella los llamaba-, seguían picoteando su cerebro aún ausente, y libres de responsabilidades ni sufrimientos más que el ocasionado a otros. Que el terapeuta le dijera que eso era como si un hipertenso comiera con sal y responsabilizara al chef, la llenó de culpas. Pica, pica y el cerebro se encoge y se acostumbra. Lucía estaba funcionando a pastillas para sentirse viva, sin embargo, ella advertía que cuando escuchaba música algo extraño pasaba con sus ganas y con sus energías. Algo que la conectaba con lo vital más allá de duelos y dolores. La angustia sobrevenía cuando sus manos no podían siquiera prender un dispositivo para que los sonidos de canciones la invadieran y la cama la atrapaba más que la música. Pica, pica la indiferencia y el cerebro duele, ¡cómo duele! Desafiar a "las no ganas" era el lema. Habitación oscura y una última prueba de sentarse en esa cama para quererse. Un encuentro con el espejo y el esforzado camino hacia sus canciones preferidas. Con el tiempo pudo leer acerca de la inmediatez del efecto, de la química que se ponía en movimiento a su favor en esta lucha, que los estímulos neurológicos liberaban hormonas de placer, que ya era conocido el efecto de la música en el desarrollo del lenguaje del humano, que el hipotálamo y la dopamina, que el efecto Mozart…y que las definiciones no alcanzaban sin una acción. Era morir en vida o vivir de verdad. Picoteo en su cabeza. Palabras viejas y angustia. Y pinceles. Picoteo en su cabeza. Ansiedad y la propia muerte frente al duelo que no llegaba. Y espátula. Picoteo y música. Óleos oscuros. Picoteo y más música. Óleos ocres, y un amarillo maíz asomando. Corcheas y semicorcheas. Otros días. Espátula y lienzo. Y más horas. Y más días. Fusas y semifusas. Y un paisaje de un amanecer que se convirtió en su propia música. Los ruidos de picoteos, intermitentes. Más lejanos. Y una obra de arte con sonidos.
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