Uno.
Belén borra WhatsApp. Desenchufa el móvil, le saca la batería y lo guarda en un cajón. Cierra la puerta de su cuarto con llave. Cubre las ventanas y estira las cortinas. Se quita la chamarra y el pantalón, pero se deja puestas las medias. Vuelve a echarse en su cama. El viento ulula junto al cristal de la ventana, como una sutil vibración en sus oídos, la voz de la naturaleza, afianzándose afuera. Cierra los ojos. Siente el frío de la ´sabana sobre su piel, una sensación reconfortante, siquiera. Trata de dormir.
A ver si se le pasa rápido.
Tocan a su puerta. Siente un golpe suave en la madera, el que haría una persona preocupada, pero temerosa. Lo ignora. Ha decidido no recibir a nadie. Distingue una voz a lo lejos. No comprende lo que dice. El sonido parece amortiguarse al traspasar la habitación. Escucha su nombre. "Belén", "Belén", casi como susurro, como si algún fantasma se acurrucarse junto a ella y le consolara en su incertidumbre.
Eso le hace sonreír. Se te muere alguien y al día siguiente miras fantasmas por todo lado.
Dos.
Una habitación teñida de blanco ascético, iluminada con focos fluorescentes, que despide un olorcillo a desinfectante barato.
Una mesa de plástico, con enchape de metal. Belén sentada, incómoda, esperando una respuesta. Se muerde una uña. Tiene inquieta la pierna izquierda.
Al frente, un doctor de semblante cansado, pelo canoso y tempo lento al hablar. Explica cosas básicas que Belén no entiende. Quizás sea el cansancio: siente una especie de letargo en la habitación, como si el tiempo se enlenteciera, como si cada pequeña acción, incluido escucharlo, durara demasiado.
-¿Qué tengo?
-No puedo decírtelo.
-¿Tiene que ver con ella?
-Tienes que procesarlo, sí. Pero no sabemos si es la causa.
-¿De verdad no lo saben?
- No se sabe. Pero puedo ayudarte.
-¿Cómo así?
-Una prescripción.
-¿Hasta cuándo?
-Lo que sea necesario.
Belén se acomoda en el asiento. De a pocos, su espalda parece deslizarse. Nota que le sudan las manos. Quizás también la frente. No hace calor. Se acomoda en el asiento y espera que el doctor no lo note. Quiere seguir discutiendo, preguntar razones, pero no lo hace. No sabría que decir. Deja que el doctor siga hablando, como un ruido en el vacío.
Sigue sin entenderlo.
Se le va alguien y a cambio recibe una pastillita azul.
Tres.
Las ventanas permanecen cerradas. Las cortinas siguen plegadas, pero hasta la mitad. Algo de sol puede meterse a la habitación, sobre todo a media tarde. La cama, todavía destendida, expide un aroma fresco, como a vainilla.
Belén sale del baño, con el cabello enmarañado, pantuflas sueltas y la piel caliente por el vapor. Rebusca entre la ropa del armario, hasta dar con un vestido suelto, color melón. Era de ella. Se lo pone con cuidado. Quiere verse en el espejo, pero desiste. Mejor no forzarse demasiado. Arregla brevemente la cama, toma su móvil y sale de la habitación.
Un día a la vez.
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