Lorena, agarrada a las cenizas de su padre, llora desconsoladamente dos años después de su muerte. En las fechas clave como su cumpleaños, le invade la añoranza. La muerte de él fue muy trágica. Lunes, 28 de enero, sentada en el tren, justo a la salida del túnel, la máquina pega un frenazo chirriante. Lorena vivía en la estación y sus padres al otro lado de las vías.
El conductor sale pálido de la cabina. Un hombre se ha caído a las vías y no ha podido frenar a tiempo en la oscuridad. Lorena ni en sus más remotos pensamientos imagina que ese hombre es su padre, pero cuando el conductor le dice que un saco de algarrobos yace al lado del cuerpo, recuerda las últimas palabras de él contándole que esa mañana iría al campo a recogerlos. Se pone muy nerviosa. El conductor le suplica que no se asome: "si es él, lo recordarás así el resto de tu vida". Aun así, Lorena mira por la ventana divisando en la oscuridad los zapatos raídos de su padre en unas piernas que están separadas del torso. El pavor que sintió en ese momento la atraviesa aún a pesar del tiempo transcurrido arrepentida de no haberle escuchado.
Grita desolada, pero nada la calma. El shock es tan fuerte que el espanto la sacude y aparece en la cama de un hospital diez horas después. Al abrir los ojos se siente transportada a una realidad que la perseguirá durante meses, como flashes que la devuelven al horror experimentado en ese trágico instante.
Después de meses acudiendo a una psicóloga, no consigue contener la ansiedad que no le permite comer. El primer mes lo pasó en la cama y a duras penas podía articular palabra en las primeras sesiones, solo llorar con una congoja eterna. La duda de si su padre se había caído o suicidado se vuelve insoportable: "¿lo habría podido evitar si lo hubiera visitado ese día?" Las vecinas la invaden con hipócritas condolencias para cotillear y el terror se convierte en rabia hacia ellas que reavivan su culpa. Se ve obligada a medicarse, porque al pasar por las vías siente como un imán que la incita a lanzarse.
Hoy, tras dos años, cuando parecía que salía del túnel, todo ha vuelto: el miedo, el dolor, la tristeza; pero es más llevadero y hay más aceptación. Al menos, después del llanto, siente alivio y emergen recuerdos felices. La psiquiatra le ha disminuido la medicación y han empezado en la terapia a hablar de planes de futuro. Manolo, un amigo de su padre, quiere hablar con ella y están dado un paseo por el camino de tierra al lado del tren. Necesita soltar un secreto que le llena de culpa: dando un paseo con su padre por ese mismo lugar unos días antes de su muerte vieron a una pequeña serpiente descuartizada en las vías. Mario le dijo al verla: "por fin el animal descansa en paz".
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