Isela se despertó temprano, se disponía a prepararse para ir al hospital donde se encontraba Tom, su esposo y compañero de vida por más de treinta años.
En cuanto estuvo lista, tomó su bolso, las llaves y el celular. Entonces, se percató, ¡su celular había estado sin batería toda la noche! Subió, apresurada, a su vehículo. Encendió la radio. Y, justo en ese momento, sonaba la canción "A mi manera", una de las favoritas de Tom. Escucharla le dibujó una sonrisa a Isela, mientras recordaba cuantas veces que la habían cantado a todo volumen.
Al llegar al hospital, recibió la noticia. Tom había dejado de respirar a las 3:15 de la mañana.
─Señora Mergy, le marqué a su celular varias veces. Lo siento mucho ─dijo la enfermera, mientras Isela terminaba de asimilar lo que había escuchado.
─Sí, sí, lo entiendo. Creo que debió ser así. Tom decidió que fuera "a su manera".
Isela se acercó a la camilla donde habían colocado el cuerpo de Tom. Lo observó detenidamente y le susurró al oído: "Te lo mereces. Te lo ganaste a pulso. Te encontrarás con tu hijo, con tus padres y hasta con tus perrunos, que te ayudarán a cruzar el puente. Vuela alto".
Los siguientes días fueron de preparativos para el funeral y la sepultura, que sería en el Panteón de los Veteranos; ya que Tom había servido en la guerra de Vietnam y de Corea. Fue una sencilla, pero emotiva, despedida entre los más cercanos: su hijo, de igual forma, sus hijos y nietos no biológicos, quienes habían sido muy amados y protegidos por él.
El siguiente año, Isela vivió el proceso de duelo, también, a su manera. Antes de depositar en la basura el cepillo de dientes de Tom recordó, con gusto, el montón de besos con sabor a menta que se dieron durante décadas. En otro momento, mientras empacaba su ropa, revisó las bolsas de los sacos y encontró un regalito sorpresa: unos euros que debían haber estado ahí por varios lustros.
Hablando para sí misma, Isela, dijo: "No dejas de sorprenderme Tom. Volveré a Europa y, como todo un caballero que siempre fuiste, tú invitarás el desayuno o comida".
Isela había escuchado más de una vez, de boca de Tom, decir: "Cuando yo me vaya no tienes que seguir atendiendo a Luna, pues a ti nunca te han gustado los perros. La llevas a dormir. Sé que ella lo entenderá; además, allá nos encontraremos".
Contrario a lo que se esperaba, Isela decidió dejar que la vida de Luna siguiera su curso. Algunas tardes, observaba a Luna mirando hacía el cielo y le decía: "Puedo adivinar lo que pasa por tu mente Luna. Yo también creo que, desde la eternidad, Tom nos observa sonriente".
"Solo el estuche se desgastó ─pensaba Isela─. Dentro, siempre hubo un alma bondadosa, que será eterna y me visitará en sueños, en la música y vivirá en mi corazón. Percibiré y disfrutaré tus visitas, hasta que nos volvamos a reunir, mi amado Tom".
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