jueves, 12 de mayo de 2022

¿Y tú cómo estas?

- ¿Y tú cómo estás?

Alfredo permaneció callado, mudo, clausurado, alargando tanto la respuesta que ella llegó a pensar que era más sordo que despistado.

Al pobre le costaba encontrar una alternativa y, en la perdida mirada, se le descubría el esfuerzo.

- Alfredo – ella cogió su mano izquierda entre las suyas.

Él la retiró dolorido, como un púber indefenso, una ofensa inesperada, un ratón ante el gato.

Pensó en balbucear una excusa, una mentira.

Ella fingiría creerla, por compasión, por diplomacia.

Se levantaría, y, ocultando la frustración, se separaría con prisas.

- Hace dos años.

El la miraba con intención sincera.

Ella optó por resistir, por escuchar la respuesta.

- Hace dos años la encontré despanzurrada en una silla. Lo primero fue dignificarla, que recuperara el decoro que la muerte siempre arrebata. Cerrarle los ojos y la boca, cogerla en brazos, depositarla en la cama. Y después del beso, dos preguntas; ¿Cómo se lo digo a las niñas? ¿Dejo que la vean? Y, a partir de allí, todo se precipita como una riada. Sin que nadie me explicara algo, sin que nadie me explicara nada. Tragar saliva, llamar a mis suegros, llamar al seguro, a mis padres, a la funeraria. Encontrarme a las seis de la tarde, escogiéndole un féretro cuando por la mañana, le había dicho que me gustaba su nuevo pijama. Y enterrarla, enterrarla escuchando mil frases diseñadas, mil proposiciones y juramentos que el tiempo pudre y olvida. No llorar delante de ellas. Nunca llorar delante de ellas. Para que el miedo no las hundiera. Para que no se les borraran las certezas. Suplicar dos semanas y no dos días de baja. Dos semanas, quince cochinos días para reorganizar mi vida y la de mis hijas. Colegios, turnos, extraescolares, presupuestos, gastos, hipotecas, renuncias. Horarios flexibles, herencias, pensiones, notarios. Y no llorar cuando desaparece de las sábanas su aroma. Y no llorar cuando ves su champú allí, arrinconado. Así dos años. Porque hace dos años que me ducho en un minuto para no dejarlas solas, hace dos años que me duermo agotado en cuanto abro el mismo libro, hace años que sofoco angustias cuando no llegó a mil reuniones, mil festivales de Navidad, mil tutorías. Y nunca están bien peinadas. Y nunca estoy bien afeitado. Y un día me llamas para tomar este café, me sientas y me preguntas como estoy. ¿Y como voy a contestarte? No se aun quien soy, quien quiero ser, como voy a caminar solo. No, no me dieron tiempo para el duelo, porque el mundo, sencillamente, no se detiene porque se ella muriera. Y quiero llorar sí, llorar y berrear. Y mientras no lo haga, no, no, no puedo cogerte la mano.

A nadie le gusta que le vomiten en la cara.

Por eso ella marchó.

No se despidió.

No dijo nada.

Alfredo no sintió remordimientos.

Al contrario, notó cierto alivio, cierto grifo abierto.

Ahora le tocaba llorar a él.

Y que los demás le aguantaran.

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