Cuando estalla la figura de cristal que constituye mi ser, me convierto en lo más cercano a un desastre que se me pueda ocurrir.
Miro mis temblorosas manos, tratando de juntar con desespero los pequeños trocitos. Quiero gritar, pero sé que no es posible; tras los muros, la gente se ve atroz, dispuesta a juzgar el más mínimo movimiento que les indique que soy diferente. Con mucho tesón, hago acopio de todas mis fuerzas para calmarme, sonreír a todos y continuar mi camino, tan agrietada como antes. Y, de nuevo, vuelvo a esta calma tan imperfecta, cual figura encerrada tras los muros del impecable castillo de marfil que yo misma, bajo la excusa de mis ideales, he construido.
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