Las personas queridas nunca se van para siempre. En algún lugar dentro de nosotros ellas permanecen, Latiendo, como si aún viviesen. Cuando Robert murió en aquel accidente me dejó perdida y perturbada. Robert era mi mejor amigo, la pareja perfecta para una chica tímida e insegura como yo. Era mi luz, mi alegría.
El primer mes tras su pérdida me limité a soñar que algún día estaríamos juntos e incluso sonreía pensando que esa vez sí sería para siempre. Seguía con mis clases y me esforzaba porque los libros ocupasen el gran vacío que me dejó, pero que yo me negaba a sentir. Pero poco después comencé a sentirme muy enferma. No dormía, me dolía el cuerpo, dejé incluso de comer. Mis padres me llevaron a un médico, y como todas las pruebas salían bien, acabé en la consulta de un psicólogo. Con él, conseguí asumir que Robert ya no estaba, pero eso no me bastó, me llené de ira: "¿Por qué él?". Andaba a gritos con la gente, todo me molestaba. Luego pensé que tal vez si yo le hubiese dicho antes que lo amaba, él no habría muerto. Como si el amor pudiese salvarnos del fatal destino. Finalmente me invadió la más terrible tristeza, abandonándome a ella. Me refugié en la cama y me hundí en mi dolor. Hubo gente que creyó que se me pasaría, otra gente decía que exageraba, pero mis padres supieron que de nuevo necesitaba ayuda, urgentemente. Había caído en una profunda depresión.
Estuve casi seis meses en aquel hospital psiquiátrico. Las pastillas y las terapias me ayudaron mucho a aceptar la pérdida que tanto me había afectado, a superar el duelo por la muerte de Robert. Me recuperé, regresé a mis estudios y a mi vida. Pese a que aún hay gente que me mira con sospecha, como queriendo cazarme en un traspiés que le confirme mi locura, por suerte son los menos. A mi me basta con ignorarlos y apoyarme en quien de verdad se preocupa por mí. A veces, Robert se cuela en mi pensamiento y vuelvo a sentir aquel lacerante dolor por minutos… Respiro, sonrío, tomo de mi bolso el pañuelo que me regaló y me lo paso suavemente por la mejilla, como lo hacía él conmigo cuando lloraba por cualquier cosa. "Eres tan sensible", me decía. Miro al cielo y le digo lo que quedó atravesado en mi garganta: Robert, te amé mucho. Gracias por hacer como que no lo sabías, y ser ese gran amigo que siempre estuvo ahí.
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