Hay cosas que me duelen y no quiero que me duelan. Una es saber que mi tiempo aquí nunca será suficiente y encima lo he desperdiciado contigo.
Te siento como una mancha de vino, de esas que cuando pasan te dan igual en el momento porque lo estás disfrutando. Piensas que esa blusa tampoco era para tanto, pero cuando llegas a casa le acabas dando la importancia suficiente como para frotarla, a sabiendas de que le eches lo que le eches, o tiras la maldita blusa o te compras otra, porque esa ya no la recuperas.
Me carcome la ira y la pena, porque cuando ya estoy bien vuelves a rajarme las entrañas, y a mí me toca hacerme la fuerte y no gritar, porque de mi dolor viene tu gozo, y es que eres mala, mala, mala.
Y yo trago, y me toca convivir con la furia porque en el fondo sé que nunca seré capaz de herir a otro como las personas me hieren a mí, incluso cuando me refuerzo la coraza con todo lo que encuentro, peleándome conmigo misma y con los demás, pretendiendo, callándome, reaccionando cuando solo quiero esconderme.
Me quiero hacer una bolita y si me comen que me coman, pero ya no puedo con el peso de mi coraza, que ni siquiera protege, sino que ralentiza la cura de aquello que tengo destrozado.
¿Dónde está mi apósito?
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