lunes, 16 de mayo de 2022

Ei último abrazo

El tímido sol iba trepando en el cielo de camino a mi destino. Fui al cementerio, como cada mes, desde hace un año. Voy a llevar un ramo, de zapatitos de Venus y azucenas, que tanto le gustaban a Mar. Dirigí mis pasos a través del mismo portón de piedra blanca y gris que conduce a los sepulcros. Aquel terreno que distingo entre la distribución de las tumbas y los mausoleos, que me hacen reflexionar, que la vida es así, como un enredo. Es misteriosa como el laberinto del camposanto, una maraña que nos compete descifrar. Mis ojos ahora recorren los sepulcros y las lápidas hasta que advierto la prominente cruz con el inmenso rosario de mármol a su alrededor, donde me arrodillo. Allí yace la otra mitad de mi alma, y desde entonces vago por el mundo con mi corazón y espíritu arrugados.

Recuerdo que como primera respuesta me asaltó la incredulidad en comunión con las lágrimas. La llamada de la jefatura de la policía, del área de tránsito, confirmó la verdad e hizo que la angustia se elevara como una torre junto al mar de preguntas sin respuestas. Una mezcla de rabia invadió mi ser, mientras el letargo se paseaba por mis cuatro puntos cardinales como una ancha brasa para afrontar la cofradía de los santos reproches y las palabrotas. -No puede ser, grité como un eco. Y permanecí en ese estado de no entender ni creer lo que sucedía a mi alrededor, que es como quedarse suspendido en un perenne limbo. Demudado no pude rehusar la dádiva de los retratos y objetos personales que me entregaron, aglutinados dentro de aquella pequeña caja de madera. La misma que se me antojó como un ataúd, pues simbolizaba mi muerte. Entonces lloré a presión desde una honda y firme ternura y el sollozo apenas contenido.

Luego, en la funeraria recibí la ola de gente, como un sordo y sin apenas ver, mientras las palabras solidarias entraban y salían como nómadas por la dolida memoria, tratando de mitigar con ellas la pena que me embargaba. Estoicamente agradecí el rosario de los afectos con un minúsculo ladeo. Sólo una frase de todas aquellas personas caló hondo en mi corazón -"No estás solo. Quizá no puedo entender exactamente cómo te sientes, pero estoy contigo". Creo que de todas fue la más sincera muestra de empatía y solidaridad recibida. No todos saben qué decir o cómo reaccionar ante una pérdida irreparable, ante un trágico fallecimiento.

Sé bien que habremos de convertirnos en polvo. Pero cada cual debe ir a su propio paso en el manejo de su duelo.

Bajo un sol plomizo, con el sudor ganando la partida, y sin lágrimas musité una plegaria a manera de despedida. Luego me marché como empujado por el viento sin saber si habrá un próximo encuentro con Mario o tal vez ya no. Pero intuyo que este es mi último abrazo.

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