jueves, 19 de mayo de 2022

Sillón sin vida

Y aunque me parezca impensable, me dirijo hacia el único sillón inhabitado en este comedor familiar. Al único asiento que nunca estuvo permitido sentarse, ya que sólo tenía un dueño capaz de darle vida.

Tras sentarme, descubro que los cojines se adaptan a la forma de su cuerpo, y en el surco me veo hundida en él, de todas las maneras posibles. Quizás sea la primera vez en mi vida que miro el comedor desde esta perspectiva y, tras tres meses desde que su mirada traviesa e inocente a la vez se apagó, aún sigo buscándola sin querer. Después de estos largos minutos aquí sentada, sigo esperando que venga él con su andar tranquilo, como si fuera dejando un rastro de paz por el camino, y me diga con esa sonrisa callada que es de su propiedad.

Hace tan solo un mes hubiera sido imposible estar aquí sentada. Su olor y su presencia invisible me hacían transportarme hacia él sin éxito, y mis lágrimas querían salir de mí con prisa. Es difícil explicar lo complicado que es no volver a ver su mirada y lo mucho que generaba con tan poco. "Qué voy a hacer sin ti", "esto no puede estar pasando" le decía mi abuela, aquella noche de pesadilla en la que todos sentimos una negación ante lo que estaba ocurriendo. La observo desde aquí y sin quererlo, la forma del sillón me hace ponerme en la piel de él, para recrear tantas mañanas, tardes y noches que estarían mirándose desde aquí, cruzando e intercambiando palabras, riéndose por cualquier tontería. No quiero imaginar lo difícil que debe ser para ella.

Es complicado hacer entender que su respiración no sólo generaba una vida más y que en su marcha, se llevó un pedacito de mí con él y dejó otros muchos pedazos que quiero congelar en mi alma y mi mente.

Y por mucho que haya aceptado que él ya no sigue aquí, aún sigo esperando que venga y me eche de este sillón que me atrapa con él.

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