Son las dos de la mañana de un viernes donde una tormenta magnética tal vez haga que los celulares funcionen mal o nos duela la cabeza, por lo menos eso anuncian los portales de internet.
Me está dando un poco de sueño ahora que empecé a escribir. Hace unos minutos intente leer una revista para que produzca el mismo efecto pero no pude terminar la nota, es difícil concentrarse.
Miré un rato mis redes sociales. Me puse contento con el viaje de Seba, los videos de Marcos y las actividades de Martín. Seguro, cuando les cuente de estas horas, de estos días, entenderán si no contesto, si olvido poner un me gusta, aunque me guste. Comprenderán que no es falta de interés o indiferencia.
La semana comenzó complicada y en esos momentos que definen tus días pensar en cualquier otra cosa parece una pérdida de tiempo, lo importante, lo urgente, opaca lo cotidiano y a la vez los pensamientos de siempre dan lugar a las preguntas eternas que rara vez nos hacemos.
Recién me llamo mi madre porque no había llegado al baño.
Estoy en un colchón en su living, cuidándola.
Ahora duerme. Yo, en un rato, si puedo. Supongo que sí porque la almohada me tienta y pienso que es mejor aprovechar el tiempo que después quizás no tenga.
Tal vez siga escribiendo y termine llorando un rato. Descubrí que es el segundo efecto que me provoca el escribir esta noche. Mir dice que hace bien, el llorar, y es mucho más sabia que yo en esto de las emociones, todas las mujeres lo son en realidad.
Aprovechar la soledad y liberar un poco la angustia de una semana donde la casualidad o Dios quisieron que estemos cerca de mi vieja para que se salvara de dos picos de hipoglucemia debidos a tomar medicamentos de más o comer de menos. No sabemos bien lo que pasó, ella tampoco lo recuerda.
El cuerpo se pone viejo, la mente se vuelve niña.
Casi ochenta en la piel y en las piernas frágiles. Casi seis en un cerebro que hace un rato no la dejo llegar hasta el baño pero si le permitió, por un instante, comprender su deterioro, la vergüenza de la desnudez ante el hijo, la fragilidad, la frontera tan delgada entre la lucidez y la inconsciencia.
No pensó todo eso.
Se orinó, lloró y se durmió.
En unas horas me esperan decisiones difíciles.
Ya son las tres de la mañana, mejor hago como mi vieja, orino, lloro y me duermo.
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