La noche era un manto para mí, podía dormir tranquilo, sin esperar despertar al día siguiente. Dormir se convertía en mi refugio.
Me mantenía encerrado en mi habitación y sin desear, en mis pensamientos; quería huir de ellos y de quienes provocaban mi ansiedad, asimismo mi desesperación.
Salir al exterior se convertía en mi desafío, sí, uno de vida o muerte. Comenzaba con la partida de mi guarida a la línea de meta, me temblaban todas las extremidades y mi respiración daba aumento. Esto significaba una sola cosa, la carrera por sobrevivir había comenzado, entonces salía corriendo sin mirar a nadie, si llegaba a salvo al objetivo muy bien, si no, también. Después de todo, hacer el recorrido era una tortura para mí, no se diga de permanecer ahí. Miradas asechando, esperando comerte vivo. Risas, gruñidos saliendo de la boca del lobo.
Llegaba con el sudor escurriendo por mi cuerpo. Ojalá terminara pronto. Bajaba la mirada, mientras mantenía mis manos apretadas esperando que nadie notara el temblor que emergía de mi cuerpo en repetidas ocasiones. Me dolía la cabeza, todo quedaba en silencio. De repente se nublaba y oscurecía mi vista; mi estómago se hacía pequeño, se tragaba así mismo una y otra vez, no cesaba de dañar; mi corazón, no sé si ya había dejado de latir, pero parecía que en cualquier momento yo dejaría de existir.
Sonaba la campana. Las pocas criaturas que faltaban por cruzar la línea, brincaban rápida y acaloradamente para llegar. Me miraban, yo los miraba con miedo. El regreso a mi hogar era calma para mi cuerpo y mi alma, dado mi estado mental. Ansiaba poder partir de la línea de meta, que para todos era eso, excepto para mí.
Me preparé, fije la vista en mi objetivo y me impulsé, sentí al viento soplar las lágrimas que estaban por brotar de mis ojos; estaba desesperado por partir. Pensar en la noche resguardándome y apagando mis ojos me llenaba de alivio, pero aún faltaba tiempo para eso, primero debía volver a casa. Entonces, sin pensarlo, di el primer pasó fuera de la línea que marcaba mi salida, cuando de la nada me encontré cayendo a un abismo. Mi único anhelo se había esfumado, al menos descansaría en paz.
De pronto, desperté en un lugar ajeno, la única luz que iluminaba el lugar era un reflector. Observé para saber dónde me encontraba y noté que aparecían personas para ocupar los asientos que habían permanecido vacíos. En ese momento, me sentí miserable arriba del escenario, apreté los ojos y desaparecí.
Cuando abrí los ojos me encontré en una caja en la que apenas cabía, comenzó a abrirse. Era mi madre girando la manivela de la caja en la que yo me hallaba. Me sonrío, extendió su suave mano hacía mí, llevándome fuera y dijo: "Hijo, observa con cuidado. No tengas miedo, parecen desconocidos, más no lo son. Míralos, son tu familia, tus amigos, conocidos. Estás sobre el escenario de un teatro, no de un circo".
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