La anciana despierta al nuevo día. Se envuelve en una bata; se mira en el espejo del tocador; examina su cara y, satisfecha, se incorpora y camina con paso vacilante, por el pasillo que lleva hasta el comedor.
La familia está sentada a la mesa del desayuno
-¡Buenos días abuela!, corean. Y ella responde sonriente:
-¡Buenos días…!
Se sienta en la inexcusable silla que se le tiene reservada y espera a que la muchacha de servicio escancie café en su taza.
-Debes tomar tus pastillas abuela, dice la hija.
A un lado de su plato están puestas las medicinas que ha de tomar a diario.
-Tómalas abuela, dice la hija.
-Esperaré a la señora que me las da, responde…
La familia come en silencio. Al cabo de un rato, sin haber probado su plato, la abuela se limpia la boca con una servilleta, se levanta de su asiento y dice:
-Vuelvo enseguida, tengo algo que hacer …
Con mano temblorosa empuja su silla y se dirige por el mismo pasillo por el que ha llegado, hasta su habitación, desaparece por unos instantes y, de nuevo, regresa al comedor donde sonriente da los buenos días a la familia.
-¡Buenos días abuela, contestan al unísono. Toma asiento y espera a que la empleada de servicio le atienda.
Aunque nada de lo que le sirven come, limpia su boca con la servilleta, se levanta de la mesa y mirando a todos dice:
-Ahora vuelvo….
-Está bien abuela, le responden y, con paso lento, la anciana recorre el pasillo por el que llegó hace un momento.
Regresa y esta vez pregunta sonriente:
-¿Qué tal amanecieron…?
-Bien, abuela, contestan los comensales, ¿y usted?
-¡Bien! responde ella…
Se sienta a la mesa y pregunta:
-¿Dónde está ella?
-¡Ya vendrá responde la hija, ya vendrá…!
Otra vez se levanta de su silla.
-¿Adónde va, abuela? pregunta una chiquilla.
-Voy a buscarla, responde la mujer. Se detiene un momento frente a la fotografía de boda de su madre que se exhibe en la repisa de la chimenea. Haca mucho adquirió el melancólico color sepia de lo antiguo.
Todos terminaron de desayunar, unos deben ir a la escuela otros al trabajo. Se levantan presurosos; uno por uno besan a la abuela en las mejillas, en la frente y salen de la casa.
La mujer vestida de novia está al lado de la abuela y le insta suavemente a tomar su medicina.
-Ha llegado la hora de tomar tu nepente, querida, le dice, y le tiende la maravillosa droga de los dioses de la Antigua Grecia. La abuela reclina su cabeza en el seno de la mujer de blanco.
-Con esto, agrega, perderás la memoria; aunque, ¿para que la quieres si ya sus olores, sonidos, colores, sabores, no excitarán más tus sentidos? Los de ayer, nunca volverán; los de mañana, nada son todavía. Fuera del ahora, nada más existe en tu tiempo ni en tu espacio.
-¡Toma, querida mía; toma tu nepente!
Y la abuela le pide un vaso de agua.
(1) NEPENTE: Droga que, dice Homero, los dioses del Olimpo usaban para curar sus heridas, aliviar el dolor e inducir al olvido.
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