Poco y nada se sabe de los años en que Estela Olavarría pisó este suelo. Su existencia, como la de cualquiera de nosotros, fue siempre un vacío ignoto, una sombra apenas dibujada en las comisuras de la historia, en los territorios aledaños de aquello que llaman salud mental. La sola mención en estas líneas no tiene más objeto que devolverla al presente en su condición de sujeto anónimo, de portavoz de las masas que se agitan en las sombras, bien lejos de reflectores, habladurías y chismorreos de las clases altas de nuestra sociedad.
La música sonando tenue desde la habitación. En la mesa de la cocina, una taza de té recién servida y un frasco de mermelada, destapado. La ventana del comedor un poco abierta y la ropa tendida, todavía húmeda. Así quedó todo en los fondos de la casa de la calle Piedras al 400. Como si Estela Olavarría no hubiera podido prever la repentina evanescencia que la transformó, sin más, en una nube vaporosa, en un vaho sutil.
Familiares, amigos y vecinos aún esperan que vuelva tal como desapareció: de un momento a otro. Lo que ignoran, o quizás lo prefieren así, es que Estela Olavarría, convertida en una perfecta mancha de humedad que muta por todas las paredes de la casa, les va dejando pequeñas señales de interés, de advertencia o de cortesía: a veces, la forma de un corazón o un pájaro en movimiento. A veces, la de un libro abierto o una estrella fugaz que cae con la lentitud propia de los dementes.
La música sonando tenue desde la habitación. En la mesa de la cocina, una taza de té recién servida y un frasco de mermelada, destapado. La ventana del comedor un poco abierta y la ropa tendida, todavía húmeda. Así quedó todo en los fondos de la casa de la calle Piedras al 400. Como si Estela Olavarría no hubiera podido prever la repentina evanescencia que la transformó, sin más, en una nube vaporosa, en un vaho sutil.
Familiares, amigos y vecinos aún esperan que vuelva tal como desapareció: de un momento a otro. Lo que ignoran, o quizás lo prefieren así, es que Estela Olavarría, convertida en una perfecta mancha de humedad que muta por todas las paredes de la casa, les va dejando pequeñas señales de interés, de advertencia o de cortesía: a veces, la forma de un corazón o un pájaro en movimiento. A veces, la de un libro abierto o una estrella fugaz que cae con la lentitud propia de los dementes.
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