jueves, 9 de abril de 2020

La chica de la sudadera amarilla


Valeria sacude sus inseguridades al ritmo del bajo de McCartney mientras suenan los primeros acordes de All my loving. El sol legañoso se asoma sonriente entre las barquitas del puerto y le desea un buen día.

Es de color amarillo. Hoy Valeria viste del amarillo más empalagoso que duerme en el fondo de los armarios, porque le gusta creer que los colores son el espejo del alma.

Valeria camina por Las Ramblas masticando ese salado olor a mar mientras sonríe distraída a los turistas que se pierden en la sagrada ciudad condal. Las sandalias de esparto no serán un impedimento para patearse todos sus rincones. Nuestra chica sabe que, como canta Serrat a puño y letra de Machado, caminante no hay camino, se hace camino al andar.

Hoy quiere ir en golondrina por la Barceloneta, buscar su reflejo irisado en las cristaleras de la Catedral del Mar y bañarse en la Fuente Mágica de Montjuïc.

Hoy quiere hacer tantas cosas…

Pero realmente hoy no puede hacer nada en particular. Valeria, a día de hoy, en nuestro mundo crudo y real, está encerrada bajo llave en casa, con las persianas bajadas y las cortinas cerradas. Ningún rayo de luz es capaz de encontrar su mirada. Es prisionera de toda esta fantasía que se difumina en su cabeza mientras derrama amargos llantos de Prozac.

Y grita, se desgarra, pide ayuda a grito pelado, pero nadie acude a socorrerla. Porque todos piensan que ha perdido la cordura, que no quiere salir a la calle porque ha perdido el apetito de comerse el mundo. Que es una aburrida. Y ella no puede negarlo, no puede hacer nada al respecto porque solo puede sentir su cabeza en llamas. Y quema.

Ya hace tiempo que nadie gira en su órbita. Todos mueren. Tan solo quedan sus miedos golpeando a la puerta, y ni siquiera Los Beatles, ni esa sudadera amarilla, ni un paseo por su ciudad son capaces de disipar la niebla de su corazón en cuarentena.

Porque lo que realmente necesita Valeria, es un último regazo en el que reposar y sanar para poder volver a sonreírle a la realidad.

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