Una pareja de amigos me buscaron con urgencia. Estaban asustados porque su hijo de 18 años, llamémosle Elías, había hablado de suicido. Lo describieron como un chico inteligente y sociable, así como sin problemas de salud mental, hasta ahora…
¿Qué había sucedido? Se podría decir que era mal de amores. Tenía una novia a la que amaba profundamente, según sus propias palabras. De repente, hace unos días, ella le dijo que quería terminar la relación. ¿Razones?, fue reticente a dar explicaciones y solo a medias reconoció la existencia de otra persona que le interesaba. Él le suplicó que reconsiderara la decisión. Ella fue firme, se acabó y punto final.
El joven estaba deprimido y se preguntaba en qué había fallado. Al verlo en un estado de intensa angustia, la madre insistió en conocer lo que acontecía. Después, acordó con el esposo que lo mejor era que el papá hablara con su hijo de hombre a hombre.
El papá se basó en su sentido común. Una conversación entre hombres se da en un bar y se toman unas cervezas. Escuchó al hijo y fue directo al grano, le despachó su menú de consejos validados por la vida. Primero, no vale la pena sufrir por una mujer; ellas son como los buses, detrás de una viene la otra. Segundo, un clavo saca a otro, búscate otra novia, es como un quitapenas.
Elías quedó frustrado y enojado con el padre que no fue capaz de entender el dolor que sentía y lo que hizo fue darle un consejo de bolero de bar.
—Yo valoro el amor y no puedo compartir la vulgaridad y el machismo del siglo pasado —le dijo el joven a su padre.
Yo conversé con Elías concediéndole a los hechos acaecidos el interés y la importancia que tenían en la perspectiva del joven. Eso se llama empatía, que es entender al otro desde su posición, ponerse en sus zapatos. No aplicar solo nuestra escala de valores. Tratamos de analizar el problema y sus posibles soluciones siguiendo la vía racional. Fueron ocho sesiones de terapia, una cada semana. El joven logró superar la crisis.
¿En qué fallaron los padres? Sencillamente, le restaron importancia al problema y lo abordaron desde su perspectiva de adultos. Esto provocó el rechazo de Elías.
Al final del tratamiento, los padres le preguntaron al joven como le había ido con la psicoterapia:
—Muy bien me ayudó a razonar y comprender mejor las cosas. Pero, fíjate que llegué a la conclusión que ser psiquiatra es muy fácil. Todo es saber platicar.
El mensaje final de Elías fue muy interesante: todos podemos ayudar un poco a las personas que sufren y contribuir a mejorar la salud mental, una relación de ayuda no requiere siempre de un profesional o un especialista. Parafraseando a Elías: todo es saber platicar. Es asunto de poner el corazón y el raciocinio.
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